martes, 16 de marzo de 2010

El espectáculo desconcertante y desolador de las tribus salvajes

Darwin describe seres miserables y enclenques, casi desnudos o cubiertos solo por mantas de guanaco o de foca, sucios y violentos, durmiendo en el suelo replegados unos sobre otros como animales, llegando a practicar en canibalismo. Debían creer en alguna vida después de la muerte, ya que entierran a sus difuntos.
Recordemos que en el Beagle viajaban tres fueguinos que debían reinsertarse en su población de origen, para llevar la civilización. El abismo que se abrió con sus semejantes fue tal, que, después de un breve paréntesis en el mundo civilizado, apenas podía creerse que poseían un mismo origen.
Estos fueguinos se quedaron allí junto al misionero, para así cumplir su misión.
Algunos meses más tarde, se supo que el empeño que FitzRoy había fracasado. Cuando el Beagle volvió a pasar por allí, el joven misionero, despojado de todos sus bienes, renunció a la empresa y terminó por irse a civilizar otras poblaciones en Nueva Zelanda.

Para los científicos resultaba difícil hablar del ¨estado noble¨ del hombre ante una humanidad tan inculta.
No obstante, a pesar de las diferencias de raza y cultura, la especie humana sigue siendo única ante los ojos de Darwin, quien aprendió de esta experiencia la amplitud de transformaciones en el seno de una misma especie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario